martes, febrero 22, 2005

Música

Casi se acaba el lunes, uno de los últimos de febrero. A veces uno se pone a pensar en la manera en que avanzan los días y la posición de uno en esos días, en la estación que le toca vivir, en la vida pasando allá afuera y uno está dentro del tren, dentro de la ofi, dentro de su ritmo de cotidianidad.
Se acaba casi el lunes y escucho la primera de las tres piezas que componen La Scala de Keith Jarrett (ECM). Este trabajo es una grabación que salió al mercado en el 97 creo y es de un concierto que Jarrett ofreció en el Teatro a La Scala en Milán en 1995. Fue en ese mismo año que encontré ese disco en una tienda en Santiago de Chile. Las dos primeras piezas son improvisaciones propias y la tercera es Over the rainbow, estándar clásico y que muchos recordarán de El mago de Oz.
La primera pieza es también mi favorita. Comienza en el segundo 5 y entra tan suave, tan pausada y meditada. Y así sigue durante casi 1 hora, subiendo y bajando en arpegios y notas que parecen tocar el alma como si fuera un violín. A mí me gusta escucharlo de noche, mirando hacia la oscuridad del jardín, con un vaso de ron en la mano. Me gusta escucharlo y dejar que divague mi pensamiento que el ocio me traiga la musa, que me traiga el silencio que respira en cada acorde. Me ha gustado escucharlo en verano, que fue cuando lo conocí, en los inviernos del fin de mundo en Chile, en Europa, en gringolandia. Creo que desde que lo tengo, ha sido uno de mis discos de cabecera. Y es que hay médicos de cabecera, libros de cabecera, discos de cabecera. Es como el disco al que siempre acudo cuando estoy conmigo y todos los personajes de mi esquizofrenia andan de paseo. Mi hijo Simón se dormía en mis brazos cuando era un bebé al ritmo de ese piano dulcísimo. Dulcísimo. Hoy Simón tiene 5 años y hace tiempo que no escucha a KJ ni que se duerme en mis brazos. Yo sigo haciendo como si todavía lo sostuviera, como ese día. Pero esa es otra historia.
Alguna vez, escuchándolo en mi cabeza antes de descubrir la maravilla del ipod, pensé que del minuto 35 en adelante, hasta terminar, era la parte de la pieza que me gustaría se escuchara cuando me entierren o velen mis cenizas. No sé si falta mucho para eso, pero a veces uno juega (nuevamente el ocio) con la idea de la muerte propia. Otras veces miré el mar de la isla, bravo y azulísimo y el piano sonaba entre mis oídos. Creo que fue después de ese viaje a la isla y cuando ya rezumaba la música por los poros que escribí el poema.
A Keith Jarrett, su música, lo conocí por mi queridísimo amigo Pablo Jorge allá en Dominicana cuando éramos "felices e indocumentados". Músico de músicos, lo primero fue My song, trabajo que tengo en vinilo. Y Jarrett llegó de la mano de la Yourcenar en Memorias de Adriano (traducción cortazariana). Año de sorpresas y regalos de la vida, 1983 (GRACIAS PABLO!!!!). Ha pasado mucho tiempo y persisten en mi presente esos regalitos. Desde entonces, uno de mis sueños era ver a Keith Jarrett tocando solo, no con su grupo Standards. En algún momento jugamos a las escondidas: él llegaba cuando ya me había ido de un lugar o simplemente donde yo no tenía la más remota posibilidad de ir. Entonces, después de tanto, vino la sorpresa. Vagabundeando un poco por Europa descubrí que iba a tocar en Roma el 7 de noviembre de 2004. Maravilla de maravillas el Internet. Compré la entrada primero antes que nada, antes que todo. Luego hice las movidas de lugar y el pasaje y el hotel. Fui a ese concierto, ese domingo, como si fuera a una cita con una mujer, como si fuera a la cita con mi gran amor. Estaba nerviosísimo y las manos me transpiraban profusamente. No hacía frío, pero de mí parecía salir eso gélido e indescriptible. Mientras tocaba y los italianos reprimían las incómodas tocesillas, lloré en silencio por el sueño alcanzado. Y es que con los sueños pasa lo mismo que con los regalos: la expectativa del regalo es mayor que el recibimiento. Pero, ¡cognus caraxus, qué buen sueño! Una vez alcanzado el sueño de ver al hombre sentado haciendo milagros con teclas, tan vivo, tan, vivo, supe que tendría que buscar otro sueño, y pronto, para no quedarme desnudo y a la intemperie.
Tal vez repita el sueño. Es bastante probable que así sea, siguiendo los pasos a las jugadas en que nos pone la vida. Muchos recuerdos acompañarán entonces, como ahora mientras escucho La Scala, ese momento. Gente que no está, que estuvo. Los importantes e imprescindibles que siempre llevamos en el alma y que las circunstancias e inconsecuencias alejaron. Todos, incluso aquellos, estarán ahí tal como me acompañaron en Roma.
Se acerca el minuto 45. Y en un instante, mientras lees esta línea, el piano y su música llenan la habitación. A LT le encantó el poema. No sé por qué. En un instante más, la música, lo delicado, ése esqueleto de las nervaduras de la hoja en el libro guardado será el recuerdo que tienes escondidísimo, que casi has olvidado. En un instante más....

La Scala
el comienzo es breve:
caminan, lento, como caballos,
como caballos jóvenes que de tan lentos parecen cansados,
al paso como perros temerosos
de su amo, jóvenes,
el rostro inciertísimo de la hora que los habita,
el pelo largo ella, ojeras, todavía no tocada por el sol
poniéndose ni por la luna divisada pasajera
de estas nubes de sur, él
insinuación de rabia en un rostro pálido
macilento, atraído por los árboles
junto al camino,
aprieto más el maletín en mi mano
avanzo, inhalando el perfume que los rodea
mientras ellos
ciegos, sordos, mudos
llegan como un curso de agua contra el viento fluyendo
hasta el recuerdo
que alimenta mi poema.
Se va la tarde.


Aldo Iván Rodríguez © 2005 Todos los derechos reservados.

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